El 11 de marzo de 2011 a las 14:46 de la tarde, una terrible sacudida de 9,7 grados en la escala Richter golpeó el país del sol naciente durante varios minutos, en un temblor interminable.
En las centrales nucleares más próximas al epicentro, de forma automática, implementaron los planes SCRAM en todos los reactores: la parada de emergencia. Con la activación de este procedimiento, las barras de control entraron en los núcleos apagando los reactores. Sin embargo, el calor por desintegración nuclear seguía calentando el reactor desde el interior.
Para conseguir detenerlos del todo se necesitan más de 20 horas con un continúo flujo de agua en el circuito de refrigeración: esto se denomina la parada fría y se alcanza cuando el núcleo se estabiliza a una temperatura inferior a 100 grados.
En las centrales nucleares, las bombas de agua y las válvulas eléctricas hacen fluir la corriente en el citado circuito de refrigeración. Pero el brutal terremoto provocó un corte en el suministro de escalas bíblicas y no había electricidad.
Por fortuna y por su obsesión por los sistemas de energía redundantes, las centrales atómicas disponen de motores diésel para proporcionar electricidad en caso de de apagón.
Todo iba bien en esos momentos.
El problema vino en forma de tsunami, a las 15:27 de la tarde. Los rompeolas apenas aguantaron unos segundos y tras ser superados, la central recibió olas de hasta 15 metros. Esta inundación inesperada detuvo los motores diésel por completo.
En la infausta Fukushima Daichii, no pudieron evitar que lo reactores perdieran el control. Los daño sufridos en esta central nuclear, han supuesto casi doscientos mil desplazados y la central aún está en proceso de desmantelamiento. Sin embargo, en Fukushima Daini, el desenlace fue diferente.
Naohiro Matsuda era el director de esa central y envió rápidamente a sus empleados a comprobar la situación. Los motores diésel y otros sistemas de abastecimiento eléctrico estaban completamente anegados.
Los reactores comenzaban a aumentar de temperatura y la única solución esperaba en el depósito de residuos radiactivos, el único edificio de la central en el que funcionaba todavía y de forma sorprendente, la corriente eléctrica. Ahora bien, esa solución requería distribuir casi 10 kilómetros de cable, conectando todos los sistemas de refligeración. Se requerían 50 bobinas grandes de cable industrial, pero el tráfico era lento ya que las carreteras estaban repletas de escombros.
Finalmente, los cables estuvieron a disposición de los hombres de Matsuda el día 13 por la mañana, cuando los reactores comenzaban a estar muy calientes.
Estos cables, aptos para trasladas centenares de amperios y que pesaban varias toneladas fueron instalados a contrarreloj por los empleados. Cargaban con 16 kilos de cable cada uno, extendiendo las bobinas por todo el complejo. Los directivos de TEPCO, aseguran que en condiciones normales, toda esa instalación de cable hubiera llevado más de un mes de trabajo. En esta ocasión, sin descanso y a toda velocidad, 200 trabajadores salvaron a Fukushima Daini de un destino similar al de su hermana Daichii.
Un equipo de profesionales anónimos, que consiguieron una proeza a la altura de los clásicos. Nos despedimos con un documental que nos cuenta la proeza.