La frase «el que no llora no mama» es tan real como la vida misma y la venimos poniendo en práctica desde el nacimiento. Si no muestras tu malestar por algún aspecto en particular es posible que la otra persona no esté siendo consciente y como tenemos la capacidad de comunicarnos, debemos transmitir aquello que no nos convence o que creemos que debe mejorar, tanto a los amigos, a la pareja o en el ámbito del trabajo, al compañero o al superior.
Lo que hay que tener muy claro, sin embargo, es que a la hora de quejarse en el trabajo, ámbito del que depende nuestra economía, tenemos que descubrir el momento idóneo para emitir la queja y escoger las formas apropiadas.
En primer lugar, si queremos ser tenidos en cuenta deberemos ser asertivos y no parecer dubitativos. La queja tiene que tener fuerza a la par que ser educada.
Las quejas también van a ser más tomadas en cuenta si solventan un problema no solo para el que traslada la petición, sino también para otros compañeros.
A la hora de la verdad, cuando queramos comunicar lo que nos desagrada, habrá que concertar una cita y una vez allí mostrar la queja por escrito, lo cual la hará más comprensible y le facilitará al superior una posible consulta posterior. Explica la situación y sus problemas y consecuencias, manteniendo siempre un autocontrol, sin levantar la voz ni soltando descalificativos. Finalmente hay que plantear posible soluciones.
Este tipo de quejas no molestan en absoluto a los superiores y en muchas ocasiones han ayudado a mejorar el devenir y la productividad de una empresa. Lo que sí que saca de quicio a los jefes son los quejosos crónicos, que siempre están alterando el clima en el trabajo y que nunca aportan posibles planes de mejora.